Desde el invento de los primeros aparatos tecnológicos, el hombre ha hecho uso de estos para facilitar el desarrollo de ciertas actividades en su vida, pero con el avance y mayor acceso a estos, ha llegado al punto de sentir una dependencia y necesidad de los mismos.

Los avances han generado diferentes medios por los cuales la sociedad puede comunicarse, con estos se ha podido interactuar desde lugares diferentes y muy lejanos generando una comunicación mediática y facilitando la relación entre los hombres.

Y cuando hablo de facilitar, me refiero a esta era actual en la que no necesitamos viajar para relacionarnos con diferentes culturas, pues por medio de las redes sociales ya podemos contactarnos con personas de cualquier lugar y entablar una relación, podemos estar en contacto permanente con nuestra familia, amigos, compañeros sin necesidad de trasladarnos a donde se encuentren.

Hasta aquí todo aparenta ser muy positivo ya que expresarse es una necesidad en el hombre y la tecnología le ha dado múltiples medios para ello. Pero ¿qué pasa cuándo se empieza a perder el contacto directo reemplazándolo por estos medios?

Es ahí donde radica el verdadero problema, el hombre con su uso desmesurado de la tecnología ha dejado de lado la intersubjetividad, convirtiéndose en un ser poco emocional y más racional. Un ser que va dejando de lado su capacidad de interactuar y relacionarse directamente con el otro, conociéndolo, entendiéndolo y comprendiéndolo, para relacionarse de una forma banal e interesada, claro está que no es algo general, pero posiblemente si de mayoría.

La intersubjetividad es base en la comunicación, en una comunicación donde ambas partes se complementan, comparten y se comprenden, esa comunicación que se ve muy alejada por la dependencia de estar conectados por medio de aparatos tecnológicos y no presencialmente.